Buenos días, compadres :)
Han ocurrido tantas cosas en los últimos meses (profesionales y personales), y hay tantas, tantas otras a punto de poder compartir, que no sabría por dónde empezar a dejar aquí constancia de ellas, aunque los más avispados estaréis al tanto a base de redes sociales. De todos modos, he diseñado un plan maestro que consiste en desempolvar poco a poco este pequeño rincón y hacer como en esas reuniones con gente que de verdad aprecias pero que ves muy muy poco con las que, sin embargo, nunca parece haber pasado el tiempo, porque serían capaces de hacer que un gato se sintiera cómodo sobre una tabla de surf.
Empezaré por dos de esas personas: Ana y Jorge, que compartieron conmigo una tarde de abril llena de fotos, risas y largos paseos por Gijón. Además, pertenecen tanto a la categoría personal como a la profesional, así que no es mal sitio por el que comenzar.
Conocí a Ana hace tres o cuatro vidas, cuando ella era adolescente pero yo era, en realidad, mucho más niña que ella. La conocí porque su hermana mayor, una de esas personas a las que me llevaría a una isla desierta, nos invitó a varias amigas a su casa en Santander a pasar unos días juntas; un raro privilegio en amistades que habían nacido y se sustentaban gracias a la conexión a internet. La recuerdo en el sofá y en su habitación, no haciendo demasiado caso de esas chicas bastante raras que le había metido su hermana en casa, y siempre sonrío un poco al pensarlo. Desde entonces nos hemos visto varias veces en distintas etapas y la he visto crecer y convertirse en una mujer llena de energía, vibrante y encantadora.
A Jorge le conocí mucho más tarde, en una visita a Santander que acabó convertida en una comida con la familia de Paz. Y con una familia en la que todo el mundo resulta absurdamente divertido (nunca me canso de decirle a Paz lo chachis que son sus padres), podéis imaginar que la pareja de Ana no podía no estar a la altura. Jorge sonríe mucho pero habla poco, al menos al principio. Con el tiempo se va soltando pero el verdadero truco es dar con los temas que le entusiasman, los que le encienden los ojos como cuando se gira sonriendo para decirle algo a Ana.
Ana y Jorge fueron la primera boda que apunté en mi calendario de 2014, hace dos años, y será la última en celebrarse. Resulta difícil creer hasta qué punto mi trabajo siempre está iluminado por clientes para los que da gusto trabajar, una compi de trabajo maravillosa y la energía y alegría que provocan dedicarle el tiempo a algo que nunca deja de apasionarme. Y aún este es el mejor final que podía pedirle a mi calendario laboral; un fin de semana rodeada de gente a la que me gusta especialmente ver sonreír, fotografiándoles con y sin disimulo.
Tendré que comprarme un abrigo grueso y elegante, eso sí. :)